miércoles, 27 de marzo de 2013

28 de marzo de 1992



Nedjeljka hoy cumpliría 24 años. No llegó a los tres: dos días antes la enterramos con los regalos que habíamos improvisado al conocerla en aquel campamento humanitario. La diminuta Daisy me tocó en el último rosco de Reyes, sabe Díos por qué la llevaba conmigo en aquel viaje. Una preciosa baraja napolitana. Una visera NY… Y nuestra idílica aspiración humanitaria.

Como su madre, era el resultado de más de cuarenta años de mezcla étnica y depuración socio-cultural. Pero aquel enero de 1992, locos políticos habían determinado su segregación: mujer no eres croata, da igual lo que digan tus papeles, tienes que desplazarte al sureste, a tierras bosnias.

Ocurrió aquí mismo, en Europa, a menos de tres horas en coche de Italia, entonces séptima economía mundial. En esa Europa enardecida por la caída del muro. Europa engreída en su papel de victoriosa vanguardia de derechos humanos y democracia moderna. Esa Europa en la que fue cobardemente asesinada.

En brazos de su madre yacía llena de agujeros y del barro negro de aquel pinar húmedo y pestilente; en el vacío dejado por las dos poderosas entidades humanitarias que habían decidido echarse un pulso a costa de abandonar a su suerte aquella primera partida de desplazados. Asesinada por la crueldad abominable de una inexplicable guerra que todos permitimos como estúpidos, atontados por nuestra orgullosa incredulidad.

Los enterramos, devolvimos los humanitarios pertrechos y nos marchamos a nuestras casas asqueados de todo y de todos, empezando por nuestras propias inseguridades. Allá quedaron, rojas y azules, las inútiles chaquetas protectoras ¿de quién y para quién?.

Nedjeljka, hoy cumplirías 24 años. Cuántas noches he perdido contigo.