Nedjeljka hoy cumpliría 24 años. No llegó a los tres: dos
días antes la enterramos con los regalos que habíamos improvisado al conocerla
en aquel campamento humanitario. La diminuta Daisy me tocó en el último rosco
de Reyes, sabe Díos por qué la llevaba conmigo en aquel viaje. Una preciosa baraja
napolitana. Una visera NY… Y nuestra idílica aspiración humanitaria.
Como su madre, era el resultado de más de cuarenta años de
mezcla étnica y depuración socio-cultural. Pero aquel enero de 1992, locos
políticos habían determinado su segregación: mujer no eres croata, da igual lo
que digan tus papeles, tienes que desplazarte al sureste, a tierras bosnias.
Ocurrió aquí mismo, en Europa, a menos de tres horas en
coche de Italia, entonces séptima economía mundial. En esa Europa enardecida
por la caída del muro. Europa engreída en su papel de victoriosa vanguardia de derechos
humanos y democracia moderna. Esa Europa en la que fue cobardemente asesinada.
En brazos de su madre yacía llena de agujeros y del barro
negro de aquel pinar húmedo y pestilente; en el vacío dejado por las dos poderosas
entidades humanitarias que habían decidido echarse un pulso a costa de
abandonar a su suerte aquella primera partida de desplazados. Asesinada por la crueldad
abominable de una inexplicable guerra que todos permitimos como estúpidos,
atontados por nuestra orgullosa incredulidad.
Los enterramos, devolvimos los humanitarios pertrechos y nos
marchamos a nuestras casas asqueados de todo y de todos, empezando por nuestras
propias inseguridades. Allá quedaron, rojas y azules, las inútiles chaquetas
protectoras ¿de quién y para quién?.
Nedjeljka, hoy cumplirías 24 años. Cuántas noches he perdido
contigo.